No me tembló la mano al llamar al timbre, ni la voz cuando le solté el discurso que había venido preparando por el camino-una florida explicación que él encajó de pie, apoyado en la puerta, medio dormido y casi desnudo, después de tirar de mí hacia dentro como si quisiera alibiar el frío-; no me detuve siquiera a decidir si lo que estaba a punto de hacer era bueno o malo, y no lo hice porque no podía hacer otra cosa que no fuera ir hacia él.
Cuando ya no podía volver hacia atrás, me pregunté cómo había podido llegar hasta allí, y no supe muy bien que contestarme. Entonces, como si hubiera podido intuir la dirección de mis pensamientos; se acercó hacia mi por detrás; me rodeó con los dos brazos y no hizo nada más, sólo abrazarme, respirar al borde de mi oreja izquierda; acoplar a mi relieve el de su cuerpo y decirme que me necesitaba como respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario