miércoles, 21 de octubre de 2009

Tú me dices, yo te digo: y así empieza nuestra guerra cotidiana. Yo me armo de adjetivos, tú conjugas el peor de mis pasados. Y te apunto donde duele y te acuerdo el peor de tus pecados. Tú reviras la ofensiva y disparas donde sabes que haces daño. Y en el campo de batalla quedan muertos los minutos que perdemos. Tú me dices, yo te digo: y así acaba nuestra guerra cotidiana. Esta guerra sin cuartel que nadie gana. Porque hablamos y no usamos ese tiempo en darnos besos, en pintarnos con las manos las caricias que queremos y que no nos damos. Porque siempre hablamos de lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables. Mientras muere otro minuto porque hablamos. Ya te dije que no es cierto, ya dijiste que tú no eres. Lo que digo nadie cree, nadie acepta: cada quien defiende su utopía. Y el fantasma de la duda se abre paso en la frontera del futuro y el presente moribundo se consuela con lo poco que nos queda. Y te quiero y me quieres, pero somos más idiotas que sensatos. Y aparece otro día y nos van quedando llagas incurables de esta maldita enfermedad de hablar de más. Porque hablamos y no usamos ese tiempo en darnos besos, en pintarnos con las manos las caricias que queremos y que no nos damos. Porque siempre hablamos de lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables. Mientras muere otro minuto porque hablamos.

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