jueves, 9 de julio de 2009

El Túnel - Ernesto Sabato.

* La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa al olvido.

*La observé todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo a qué? Quizá, algo así como miedo a jugar todo el dinero que se dispone en la vida a un sólo número. Sin embargo, cuando desapareció, me sentí irritado, infeliz, pensando que no podría volver a verla más, perdida entre los millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.

* La reconocí inmediatamente; podría haberla reconocido en medio de una multitud. Sentí una indescriptible emoción. Pensé tanto en ella, durante esos meses, imaginé tantas cosas, que al verla, no supe que hacer.

*Se sabe que uno puedo detestar con mayor razón lo que se conoce a fondo.

*Estaba muy triste, pero tenía que seguir hasta el fin: no era posible que después de haber esperado este instante durante meses dejase escapar la oportunidad.

*La idea de perderla por varios meses más, o quizá para siempre, me produjo un vértigo y ya sin reflexionar sobre las conveniencias corrí como un desesperado.

* Era cierto que no había pasado nada desagradable, pero también era cierto que no había pasado nada en absoluto.

* Quedamos en vernos pronto. Me dio vergüenza decirle que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola allí mismo y que ella no debería separarse ya nunca de mí.

* Siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisaladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión...

* Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos.

*Tuve este sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia, de manera que al entrar en ella me guiaban algunos recuerdos. Pero a veces me encontraba perdido en la oscuridad o tenía la impresión de enemigos escondidos que podían asaltarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se burlaban de mí, de mi ingenuidad. ¿Quiénes eran esas gentes y qué querían? Y sin embargo, y a pesar de todo, sentía que en esa casa renacían en mí los antiguos amores de la adolescencia, con los mismos temblores y esa sensación de suave locura, de temor y de alegría. Cuando me desperté, comprendí que la casa del sueño era María.

*Amaba desesperadamente a María y no obstante la palabra amor no se había pronunciado entre nosotros.

* -¿Por qué te fuiste de la estancia?- pregunté por fin, con violencia- ¿Por qué me dejaste solo? ¿Por qué dejaste esa carta en tu casa? ¿Por qué no me dijiste que eras casada?
Ella no respondía. Le estrujé el brazo. Gimió.
- Me hacés mal, Juan Pablo - dijo suavemente.
- ¿Por qué no me decís nada? ¿Por qué no me respondés?
No decía nada.
- ¿Por qué? ¿Por qué?
Por fin respondió:
-¿Por qué todo tiene que tener respuesta? No hablemos de mí: hablemos de vos, de tus trabajos, de tus preocupaciones. Pensé constantemente en tu pintura, en lo que me dijiste en la Plaza San Martin. Quiero saber qué haces ahora, qué pensás, si has pintado o no.
-No -le respondí- No es de mí que deseo hablar: deseo hablar de nosotros dos, necesito saber si me querés. Nada más que eso: saber si me querés.

*- ¿Pero cómo pudiste pensarlo?
-No sé, no sé -repuse casi llorando.
Me hizo sentar nuevamente y me acarició la cabeza como lo había hecho al comienzo.
-Te advertí que te haría mucho mal -me dijo al cabo de unos instantes de silencio-. Ya ves cómo tenía razón.
-Ha sido culpa mía -respondí.
-No, quizá ha sido culpa mía - comentó pensativamente, como si hablase consigo misma.
"Qué extraño", pensé.
-¿Qué es lo extraño? -preguntó María.
Me quede asombrado y hasta pensé (muchos días después) que era capaz de leer los pensamientos. Hoy mismo no estoy seguro de que yo haya dicho aquellas palabras en voz alta, sin darme cuenta.

* -Esta conversación es absurda -replicó- Todo esto es una tontería. Me asombra que te preocupés de cosas así.
¿Yo preocupándome de cosas así? ¿Nosotros teniendo semejante conversación? En verdad ¿cómo podía pasar eso? Estaba tan perplejo que había olvidado la causa de la pregunta inicial. No, mejor dicho, no había investigado la causa de la pregunta inicial. Sólo en mi casa, horas después, llegué a darme cuenta del significado profundo de esta conversación aparentemente tan trivial.

*Lo que más me indignaba, ante el hipotético engaño, era el haberme entregado a ella completamente indefenso, como una criatura.

* - Dios mío, Dios mío. La muerte tampoco es mi tipo y no obstante muchas veces me atrae. Richard me atraía casi como me atrae la muerte o la nada. Pero creo que uno no debe entregarse pasivamente a esos sentimientos. Por eso tal vez no lo quise. Por eso quemé sus cartas. Cuando murió, decidí destruir todo lo que prolongaba su existencia.

*Sentí que algo de nuestros primeros instantes de amor volvería a reproducirse, si no con la maravillosa transparencia original, al menos con alguno de sus atributos esenciales, así como un rey es siempre rey, aunque vasallos infieles y pérfidos lo hayan momentáneamente traicionado y enlodado.

*Pero no podía dejar de pensar que había existido un instante para mí y que nunca más volvería a existir; desde mi punto de vista era como si ya se hubiera muerto.

*Mi madre no preguntaba nunca si habíamos comido una manzana, porque habríamos negado; preguntaba cuántas, dando astutamente por averiguado lo que quería averiguar: si habíamos comido o no la fruta; y nosotros, arrastrados sutilmente por ese acento cuantitativo respondíamos que sólo habíamos comido una manzana.

*A medida que avanzaba en estas reflexiones, más iba haciéndome a la idea de aceptar su amor así, sin condiciones y más me iba aterrorizando la idea de quedarme sin nada, absolutamente nada. Y de ese terror fue naciendo y creciendo una modestia como sólo pueden tener los seres que no pueden elegir. Finalmente, empezó a poseerme una desbordante alegría, al darme cuenta de que nada se había perdido y que podía empezar, a partir de ese instante de lucidez, una nueva vida.

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